lunes, 28 de enero de 2013

Hacen falta dos para bailar un tango


El camino siempre se verá largo y lleno de piedras, inclusive habrá tramos con abismos, se atravesaran cavernas y un sinfín de obstáculos ridículos y con aparente aire de imposibilidad. Per sólo viviendo, aprendemos a superar aquella imposibilidad.  

De lo poco que he vivido he aprendido, a las malas, el valor de la larga espera. Pues la juventud está dotada de impaciencias, que te ciegan y te llevan a cometer errores que a la postre son la verdadera –y dolorosa- enseñanza. Errores qué, sin la experiencia de ellos, no serías capaz de valorar lo verdadero. Ni de disfrutar de la alegría del acierto.

Nuevamente me encuentro escribiendo sobre ti, esta vez con la tranquila alegría de saber que eres mío. De saber que nunca llegó aquella agridulce despedida que tanto temía, y que fue reemplazada por la sincera promesa de estar juntos. De ser uno los dos, como dice la canción.

No quiero teñir mis sentimientos con cursilería barata, escribiendo sobre lo que podría sonar a lo de siempre. Quiero escribir más bien sobre tus miradas que desnudan el alma y la tierna sinceridad de tus palabras. Sobre mis empinadas para reclamar tus besos y tu “sutil” forma de pedirme los míos. Sobre tu perfecta sonrisa torcida y el efecto que tiene con la mía. Quiero escribir sobre lo bien que se siente saber qué me quieres, y poder cerciorarme de ello cada que miro tus ojos. Sobre el conocimiento de ser la culpable de tu insaciable obseción, a mis pequeños pero "salvajes" mordiscos. Quiero escribir sobre lo increíblemente infinita que me siento contigo y la ansiedad por nuestro próximo reencuentro.  

Sería pretenciosa al tratar de describir lo que siento, porque ¡te juro! habrá que inventarle un nuevo nombre a esto que tenemos.

-Jeffrey McDaniel, “The Quiet World”




martes, 8 de enero de 2013

De la muerte y otros demonios.


Empiezo a notar un terrible patrón. Al parecer, sólo escribo cuando estoy triste y afligida, o ansiosa y asustada. Y sinceramente, no sé qué tan bueno pueda ser eso en realidad. A menos que viviera de la escritura, entonces tal vez eso sería una buena excusa, pues sería mi sustento.

Comienzo a sospechar además, que la felicidad me está tomando del pelo. A menos que realmente sea una retorcida decepción disfrazada de una falsa alegría. Aún no lo sé, pero este juego se está tornado peligroso.

He encontrado al fin la plenitud que buscaba. La felicidad y comodidad de expresarme libremente sin sesgarme. La alegría de sentirme especial bajo su mirada, su tacto y sus besos. He encontrado al fin lo que sin saber, había estado buscando tanto tiempo (y él siempre estuvo a mi lado, ¿quién iba a creerlo?). Pero no entraré en cursilerías. Sólo los dejaré el conocimiento (y la envidia!) de que la persona más genial y especial del mundo, me quiere es a mí! Y sólo me mira a mí! Y que nunca me había sentido más hermosa e infinita que ahora...

Al fin he abierto los ojos y es demasiado tarde, al mismo tiempo.

Esta vez, hay un nuevo componente, un terrible y nuevo componente en la ecuación. No sólo persiste el usual y cotidiano miedo a quedarse sola, al abandono y al irremediable enfrentamiento con la soledad, no. Ha aparecido para mi estupor, un incontrolable miedo a la muerte que hace años no sentía,  y qué nada tiene que ver con mi ansiedad de perderlo a él, pero que sin embargo está conectado a este hecho. De alguna manera, mi terror a la mortalidad se ha aliado con mi miedo a su partida, y es el pánico más inmenso y profundo que he sentido en mi vida. Me paraliza. Me despierta en las noches y no me deja conciliar el sueño. Es un miedo que poco a poco se ha ido alimentando de mi sanidad, que me está carcomiendo desde el interior de mi cuerpo y me siento completamente inútil y paralizada, cómo el testigo de un crimen.  Un miedo que cada vez, va expandiendo ese vacío tan doloroso que habita en las profundidades de mi estomago.

Y quiero ser egoísta, y pedirle que se quede y que nunca, nunca me abandone, y así detener ese miedo a la muerte hasta aquel instante, ya inevitable, en dónde nos reclama el último suspiro de nuestra vitalidad. No entiendo porqué siento que con él puedo enfrentarme a la muerte Y salir victoriosa de aquel encuentro, sólo sé que necesito tenerlo a mi lado. Pero sé que de nada vale, y que tendré que seguir buscando a ese alguien que decida pelear por no perderme. ¿O será que esta vez, tengo que ser yo quién pelee por no perderlo?