sábado, 12 de diciembre de 2015

Versión #.0

Todos vivimos de versiones, de nuestras versiones de los sucesos que nos acontecen; <<Esto fue lo que pasó>>, <<Yo lo viví así>>, <<Así no fueron las cosas, fueron así>> etc. Todos creemos tener la verdad y la razón absoluta, y es que muchas veces (por no decir siempre) es tan difícil ponerse en los zapatos del otro, en el racionamiento del otro. 


El ser humano es la contradicción más grande de la existencia; somos seres supremamente egoístas, pero aun así no podemos vivir sin la compañía y la aprobación de los otros. Que ridiculez. Queremos hacer a todo el mundo pensar y ver lo que cada uno de nosotros dice y ve, y el que no lo hace, pues sencillamente lo anulamos. Lo discriminamos. Lo rechazamos. ¡Ahh! Pero la trama se complica cuando el que no piensa y ve como nosotros, es un ser cercano al que sentimos debe ajustarse a nuestro racionamiento (que obviamente es el ¡absoluto, el único y el correcto!), alimentado por cualquier impulso primitivo y genético que tal vez nunca entendamos. 


Pero como la vida no es blanca y negra si no matizada, se vuelve cada vez más difícil discernir con objetividad la versión real de cualquier acontecimiento. Y la ironía es que al final, realmente no importa quién tenga la verdad absoluta pues la veracidad de cada versión termina siendo oficializada por un jurado externo que, muy humanamente, toma partido con base a sus sentimientos, intereses, capacidades económicas, conveniencias… etc. La historia ya nos lo ha enseñado, la versión que precede siempre será la del lado ganador, que terminamos todos por adoptarla como la versión oficial y veraz. De esta, se desprenderá una ramificación de versiones de la misma, que serán contadas con otra voz, con otro punto de vista, con otro canal, pero sin perder nunca la conclusión o <<aprendizaje>> de la versión del ganador.


Al caer la noche, todos peleamos por hacer valer nuestra versión, una versión egoísta que necesita de la aprobación comunal para poder ser oficializada y nosotros podamos dormir tranquilos. Pero no. Hoy, yo digo “No.” No a la búsqueda de la aceptación social de mi versión. No al circo de la exhibición. Hoy me quedó con mi verdad absoluta para mí sola, y la escribo para que la versión ganadora no la intoxique y la ahogue entre tantos otros olvidos. 

viernes, 10 de julio de 2015

Dejar ser y dejar hacer


Siempre nos (me) han dicho que debemos insistir y nunca desfallecer para alcanzar nuestros deseos, metas etcétera. Lo que no nos dicen (pero ¡por suerte! la vida se encarga de hacérnoslo entender) es que en ocasiones insistir no es bueno, e incluso puede llegar a ser extremadamente estúpido. Insistirle a una pared a punta de insultos verbales que se desintegre, por ejemplo, es fútil y sencillamente estúpido. Insistir en quitar una costra cada vez que la sangre se seca en una herida, es doloroso y visiblemente estúpido. Seguir insistiendo en quitar un panal de abejas con un palo de madera, por ejemplo, es bastante peligroso y estúpido. Insistir, entonces, no siempre es la estrategia más inteligente. Aun así, la pregunta ¿cómo saber cuándo es bueno insistir o no? en situaciones ambiguas, sigue latente en nuestras mentes.  
 
Porque siempre nos damos cuenta de la fina línea del límite, una vez la cruzamos; Ese trago que nos embruteció, ese silencio que estalló, esa frase que nos condenó, esa acción que nos arruinó… Eso que hicimos y no podremos devolver jamás. Esa línea que al momento de cruzar, nos damos cuenta que ya no podemos dar un paso atrás, ganar un minuto atrás, reemplazar una palabra atrás. Solo uno atrás.

¿Hasta qué momento es bueno insistir? ¿Hasta qué punto insistirle a este proceso o persona, se vuelve fútil y estúpido? ¿Doloroso y estúpido? ¿Peligroso y estúpido? ¿Hasta dónde?