"Uno
cree las cosas por que ha sido acondicionado para creerlas".
-Un
Mundo Feliz
Y lo peor, es
que te creía todas tus mentiras. Hasta la última gota. Todas aquellas palabras (y
letras), respaldadas de falsos sentimientos. Ah! Y tus dolorosas verdades, como
olvidarlas? Me sabían a veneno viejo. A llovizna ácida.
Y ahora te confieso
esto; tus palabras fueron mi destrucción, aun más que tu desaparición. ¡Y como las usaste tan descuidadamente! sin
pasarte por la mente que, con cada una de ellas, sentenciabas en negrilla mi ejecución.
Ay! Como me duele mi ingenuidad, ahora. Tantas visiones lagrimadas, mientras tú
me explicabas con quien sabe qué clase de obsesiva demencia.
Pero ya se me ha
agotado la energía en mi infructífera indagación, por una explicación satisfactoria
acerca de tu comportamiento maldito (hacia/contra mi). Estoy finalmente
convencida, de que nunca entenderé tu conducta, tus ecos de palabras, tus
crueles declaraciones. No habrá una explicación aceptable para ese que otro
abrazo, o los constantes roces de labios, aquellos susurros entre sabanas, las miradas
sin fundamento, esos “te quiero” practicados, hasta ese “Te amo” adulterado. Nunca
entenderé tu firme protesta sobre mis continuas manifestaciones de cariño, ese impulso animal para buscar en otros labios,
aquel sabor que le falto a los míos. Nunca entenderé tu inexcusable disposición
de no querer estar ahí en el último adiós,
ni la disolución de la misma.
Borraré toda
memoria sobre los chats posteriores,
para tu propio beneficio. Y me adelantaré hasta el momento exacto en que
decidiste olvidarte de mí, a pesar de mí. Obviaré aquel semi-reencuentro torpe,
aquella estúpida- estúpida excusa. Oprimiré los desaires y suspiros y el small(talk)
forzado. Pero me quedaré con el “te odio” sincero y ese adiós tentativo,
a mi propio beneficio.
Y por fin me vengaré
de tu insolencia! Siendo genuinamente feliz en los brazos de otro, como una vez
me prometiste.