Toda mi vida, uno de mis miedos más grandes había sido
defraudar a mis papás. Ja! No puedo decir que nunca me lo advirtieron, pues su
consejo más recurrente era: “hija, la vida da muchas vueltas…”
Y nos perdemos ya entrados en los 20’s, con cierto sin sabor
en la boca por no haber sido el próximo Mark Zuckerberg o Bill Gates de
nuestra época. ¿Qué pasó con el “libertinaje” de la universidad, donde la mayor
preocupación era el de no quedar embarazada? Y tus padres te hacen preguntas mudas
sobre los premios Nobel que no llegaron y vieron prometidos en el reflejo de
tus ojos neonatos. Tus compañeros empiezan a comparar logros y a inflar sus
egos. Preguntas como ¿cuánto gana fulano de tal? Y ¿cuántos títulos tienen
aquellos? empiezan a formar parte de tu vocabulario vernáculo. Y la adultez de
la que tanto nos ufanábamos, se vuelva cada día más real.
Dicen que la adolescencia es dura porque es la época en durante
la cual defines tu carácter…y yo me pregunto, ¿qué hay de la época en dónde te
obligan a definir quién vas hacer para el resto de tu vida? ¿Dónde te presionan
a escoger la “mejor” vida posible pensada para ti? Y empiezas a caminar en
cascaras de huevos quebrado, porque todo se va a la mierda en el momento en que
tropiezas y coincides con las declaraciones ‘flotantes’ que insisten en afirmar
que eres tu peor versión posible.
Y es en ese momento cuando entras a la pelea
más épica de tu vida; cuando decides quién va a definir el rumbo de tu vida, si
al final, decides volver las declaraciones en interrogantes o en hechos reales.
Porque “hija, la vida da muchas vueltas…” y eso siempre hay que tenerlo en
cuenta.