martes, 30 de diciembre de 2014

La vida es lo que pasa.

Toda mi vida, uno de mis miedos más grandes había sido defraudar a mis papás. Ja! No puedo decir que nunca me lo advirtieron, pues su consejo más recurrente era: “hija, la vida da muchas vueltas…”

Y nos perdemos ya entrados en los 20’s, con cierto sin sabor en la boca por no haber sido el próximo Mark Zuckerberg o Bill Gates de nuestra época. ¿Qué pasó con el “libertinaje” de la universidad, donde la mayor preocupación era el de no quedar embarazada? Y tus padres te hacen preguntas mudas sobre los premios Nobel que no llegaron y vieron prometidos en el reflejo de tus ojos neonatos. Tus compañeros empiezan a comparar logros y a inflar sus egos. Preguntas como ¿cuánto gana fulano de tal? Y ¿cuántos títulos tienen aquellos? empiezan a formar parte de tu vocabulario vernáculo. Y la adultez de la que tanto nos ufanábamos, se vuelva cada día más real.

Dicen que la adolescencia es dura porque es la época en durante la cual defines tu carácter…y yo me pregunto, ¿qué hay de la época en dónde te obligan a definir quién vas hacer para el resto de tu vida? ¿Dónde te presionan a escoger la “mejor” vida posible pensada para ti? Y empiezas a caminar en cascaras de huevos quebrado, porque todo se va a la mierda en el momento en que tropiezas y coincides con las declaraciones ‘flotantes’ que insisten en afirmar que eres tu peor versión posible. 

Y es en ese momento cuando entras a la pelea más épica de tu vida; cuando decides quién va a definir el rumbo de tu vida, si al final, decides volver las declaraciones en interrogantes o en hechos reales. Porque “hija, la vida da muchas vueltas…” y eso siempre hay que tenerlo en cuenta.


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