Un
caballero inexistente
Dicen que fue y
que no fue, luego que sí, que si fue pero que era un mentiroso y que por eso era
repudiado por sus vecinos y amigos.
Después disculparon sus
‘falencias’ inculpando a su supuesta
demencia, y le daban el pésame a su familia. Más tarde, dijeron que fue que el
pobre nunca creció, que seguía siendo como un niño, y que era un
desconsiderado al haberle dejado esa carga a su pobre familia.
Llegaron
a decir que estaba poseído y luego que era un farsante, que nadie era capaz de haber
ido a la luna y vuelto sin más ni qué. Que qué era eso de un desierto de los
Tres Quesos!? Bordeando un tal mar de vinos añejos! Y que ni empezará a hablar sobre
sus caminatas en el Bosque de Brócoli, ni del viaje en globo a los tales cielos hechos de azúcar de algodón junto
a sus fieles y "extraordinarios" compañeros. Qué dejara la ingenuidad para la niñez! Que esos no eran cuentos ya de la adultez! Que racionalizará, puesto que ningún
rey ni sultán habría mandando a nadie a vivir tales aventuras tan absurdas.
“Tonterías!”
gritaban, y les repetían a los niños, que eso de hadas y gnomos no eran más que
mentiras, que dejarán de buscar dragones en el cielo y unicornios en las
praderas, que no existen los tréboles de 5 hojas y que ya no ensuciarán más sus
mentes con encantamientos y colores. Y les prometían; nadie podía haber cabalgado nunca jamás un
arcoíris!
Empezaron por
prohibir a los hijos a arrimársele a aquel patrañero, encantador de serpientes! Como si fuera el
mismísimo Flautista de Hamelín, que fuera a hacer quién sabe qué con quién sabe
quién de sus hijos. Después, fueron las mujeres quienes le temían y los hombres comenzaron a violentarlo en los bares.
Ya al final ni lo miraban
a los ojos, se volvió otra sombra más en la esquina del mismo bar. Dicen que se fue marchitando poco a poco,
algunos hasta lo creyeron muerto. Ya ignorado, ya inexistente.
El caso es que no se supo más de él, hasta
una tarde anaranjada. Dicen por ahí las malas lenguas, que se divisó en el horizonte una figura larga y flacuchenta, con cierta resplandecencia, encima de una especie de caballo color blanco nieve. La silueta se quedo inmóvil por unos cuantos minutos, y aún hoy, hay quienes juran haber oído una triste despedida a través de una mirada vidriosa, para después desvanecerse entre las nubes.
Nunca más se volvió a mencionar su historia, a excepción de alguna
noche perdida entre embriagueces nostálgicas, en dónde se evocaban sus
historias por aquellos niños que ya eran viejos, a otros niños que con un poco de suerte, llegarían también a viejos.
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