martes, 1 de octubre de 2013

Transeúnte.


Transeúntes pasajeros, cómodos, amarillos y hasta verdes. Transeúntes peatones, en ruedas, de prisa. Transeúntes con paraguas, callados, con bolsas. Transeúntes urbanos, desplazados, acomodados. Transeúntes callejeros, al fin y al cabo. Con ilusiones y sueños, con cansancio o esperanza, aún no lo sé.

Pero se sienten todas sus pisadas; las afanadas,  las despreocupadas, hasta las asustadas… Se sienten mis pisadas, y sus miradas. Se sienten sus palabras, que se camuflan con el smog.

Todos los días recorro un arcoíris de grises asfalto, cuadrados, planos y ahuecados. Saludo semáforos y esquivo miradas. Recorro las mismas plantas con las yemas de mis dedos, y sonrío asustada a los perros que pasan. Me enfrento sin miedo a la selva de automóviles, luchando en nombre de mis derechos peatonales, pero me aferro a mi iPod con terror receloso.

Prefiero darle mi cara al calor de la mañana. Prefiero mis recorridos por los parques y las casas de alguien, que por la calle y la bulla de los otros. Prefiero las noches para escabullirme entre mis prestadas cobijas de plumas. Prefiero saltarme el insoportable desasosiego dominical. Prefiero las charlas superficiales de oficina. Prefiero mis viejas amistades. Prefiero la transeúnte descomplicada que mira caminar todos los días la Gran Ciudad.
 
 

sábado, 25 de mayo de 2013

Pueden ser los vinos o realmente ser la vida.


En verdad, yo nunca te pedí demasiado. Sí lo acepto, al principio te odiaba, no te soportaba. El simple hecho de la mención de tu nombre me estorbaba, me daba una rabia incontrolable, una sensación de guerra perdida. No sé. No quería que existieras, te culpaba por mi infortunio. Me volví un ser completamente antisocial y con todas mis fuerzas, negaba tu existencia por más ridículo que sonará.
Pero pasaron los años y aprendí –primero- a soportarte.  Luego, te acepte y nos volvimos rivales. Hubo inclusive, una época en que podría decirse que hasta te amé y agradecí tu intromisión en mi vida. Ya al final, simplemente te respeté y te entregué el reconocimiento que te merecías.
Pero aún así, a pesar de las guerras y el drama, el absoluto drama,  me siento vencida. Yo sólo te pedí una cosa realmente… una cosa que nunca fuiste capaz de dármela, aunque yo la busqué y busqué.  Yo sólo buscaba, realmente, la amistad. Una amistad de cómplices y verdadera. Una amistad de secretos y compañías. Una amistad que durara la vida entera. En cambio, me diste otras cosas que en su momento no entendía, y que al final las tomé como otra más de las amargas enseñanzas  de la vida.
Pude ser yo, lo más probable es que fui yo. La chica extraña y awkward, que no se sabía si era tímida o sencillamente odiosa. La rara e inmadura, la de gustos ajenos y mirada elevada. La que no concordaba con el modelo impuesto, la “del otro lado,” la exageradamente sentimental y con risa bullosa, si es que la escuchabas.
Pero me cansé. Me cansé de la ingratitud y la hipocresía. De la “manoseada” sentimental y el ridículo pensamiento de querer manipularme de una u otra manera. Del mismo modelo de gente que me entregabas, sin importar su género, estrato, personalidad o físico.  Pero sobretodo, del insoportable sentimiento de traición que me dejaste en la boca.
Llegué a este lugar sin esperar nada, y salí con más de lo que hubiera querido tener. Gracias por haberme forzado a crecer y por las pocas personas que hicieron la excepción. Pero no quiero volver. Quiero un poco más de transparencia y gratitud.  Quiero más risas y menos arrepentimientos. Quiero conocer más personas y olvidar un montón de otras. Quiero un lugar que no me repela como un virus extraño, y me acepte como soy, sin condiciones ni excepciones. Quiero saber que hay algo más allá, para poder compartirlo con las personas que realmente valen la pena.
En todo caso, no quiero más de esto que -aparentemente- solo me das.





sábado, 4 de mayo de 2013

Un grito contra la hipocresía.



Me parece que la hipocresía es otro elemento más en el aire, el cual aspiramos constantemente, y ciertamente expiramos en mayores cantidades. No soy ingenua, sé muy bien que vivimos en una sociedad de doble moral, pero ese conocimiento no me calma mis sentimientos de ira y vergüenza ante las claras expresiones de hipocresía.

Cómo es posible que vivamos en sociedades donde las instituciones que supuestamente enseñan valores y ética a sus ciudadanos, son completamente incapaces de aplicarlas ellas mismas? De qué sirve enseñar teorías fantasiosas que no se ven aplicadas al mundo real? Qué ventaja hay en este ejercicio fútil? O es no más por la fachada? O tal vez un filtro? Porque es claro que logran llegarles a ciertas personas que realmente creen que el mundo se rige por normas de moral y ética y que irónica, pero estratégicamente, resultan siendo los villanos al momento de intentar denunciarlas (porque ya sabemos quién será el vencedor).  Pero me da rabia, me da rabia que profesen la moral y la ética como verdades casi absolutas en un mundo dónde quién las aplica, termina siendo crucificado por las mismas.

¿Cuál es esta humanidad que hemos creado los hombres? ¿Un lugar dónde se da cátedra sobre la importancia de los valores, la ética y la moral, pero es reemplazada en la práctica por la estética, la hipocresía y el engaño?

Y no sé si este grito ahogado servirá de algo... porque he dejado de entender cómo ciertos seres humanos logran convivir consigo mismos.

What should we expect then, from the dawn of men?


jueves, 7 de febrero de 2013

Resitiendo el cambio


Eso de que te fuercen a vivir en el mundo real, no es de caballeros ni de damas. Eso de que poco a poco veas tu sueño de convertirte en pirata y navegar los siete mares cada vez más lejos, por culpa de la dura mirada de la realidad, no es de héroes. De que cada vez sea más difícil encontrar hadas en las praderas y gnomos viviendo en los bosques, eso no es de valientes. 

¿Qué pasó con la idea de vivir cuentos de hadas y aventuras en la tierra de nunca jamás? ¿De pelear contra ciclopes y sobrevivir a las sirenas? Todo eso quedo reducido a cuentos por autoría de quiénes profesan fanáticamente la realidad.

Si la misma realidad dio cavidad para que existieran estás historias, ¿quiénes son ustedes para promulgar una profecía marginada y limitada? ¿Por qué nos obligan a vivir en una rutina controlada por tiempos y horarios? Yo me pregunto, ¿Dónde quedó el espacio para viajar en a la luna sin necesidad de cohetes? ¿De volar con polvo de hadas y pelear con dragones? Ya todo eso sólo lo encontramos en bestsellers y súper producciones cinematográficas. La gente ha contamina el color de la mente por cenizas grisientas. Y no hay ningún logro en eso.

Me asusta pensar que cada vez se me dificulta más encontrar la mágia detrás de las cosas, por la gran polución de responsabilidades y deberes que rodea el mundo adulto. Pero me he prometido a mi misma, resistir hasta mi último aliento y nunca abandonar mi verdadero ser.

Ilustración por Linn Olofsdotter

lunes, 28 de enero de 2013

Hacen falta dos para bailar un tango


El camino siempre se verá largo y lleno de piedras, inclusive habrá tramos con abismos, se atravesaran cavernas y un sinfín de obstáculos ridículos y con aparente aire de imposibilidad. Per sólo viviendo, aprendemos a superar aquella imposibilidad.  

De lo poco que he vivido he aprendido, a las malas, el valor de la larga espera. Pues la juventud está dotada de impaciencias, que te ciegan y te llevan a cometer errores que a la postre son la verdadera –y dolorosa- enseñanza. Errores qué, sin la experiencia de ellos, no serías capaz de valorar lo verdadero. Ni de disfrutar de la alegría del acierto.

Nuevamente me encuentro escribiendo sobre ti, esta vez con la tranquila alegría de saber que eres mío. De saber que nunca llegó aquella agridulce despedida que tanto temía, y que fue reemplazada por la sincera promesa de estar juntos. De ser uno los dos, como dice la canción.

No quiero teñir mis sentimientos con cursilería barata, escribiendo sobre lo que podría sonar a lo de siempre. Quiero escribir más bien sobre tus miradas que desnudan el alma y la tierna sinceridad de tus palabras. Sobre mis empinadas para reclamar tus besos y tu “sutil” forma de pedirme los míos. Sobre tu perfecta sonrisa torcida y el efecto que tiene con la mía. Quiero escribir sobre lo bien que se siente saber qué me quieres, y poder cerciorarme de ello cada que miro tus ojos. Sobre el conocimiento de ser la culpable de tu insaciable obseción, a mis pequeños pero "salvajes" mordiscos. Quiero escribir sobre lo increíblemente infinita que me siento contigo y la ansiedad por nuestro próximo reencuentro.  

Sería pretenciosa al tratar de describir lo que siento, porque ¡te juro! habrá que inventarle un nuevo nombre a esto que tenemos.

-Jeffrey McDaniel, “The Quiet World”




martes, 8 de enero de 2013

De la muerte y otros demonios.


Empiezo a notar un terrible patrón. Al parecer, sólo escribo cuando estoy triste y afligida, o ansiosa y asustada. Y sinceramente, no sé qué tan bueno pueda ser eso en realidad. A menos que viviera de la escritura, entonces tal vez eso sería una buena excusa, pues sería mi sustento.

Comienzo a sospechar además, que la felicidad me está tomando del pelo. A menos que realmente sea una retorcida decepción disfrazada de una falsa alegría. Aún no lo sé, pero este juego se está tornado peligroso.

He encontrado al fin la plenitud que buscaba. La felicidad y comodidad de expresarme libremente sin sesgarme. La alegría de sentirme especial bajo su mirada, su tacto y sus besos. He encontrado al fin lo que sin saber, había estado buscando tanto tiempo (y él siempre estuvo a mi lado, ¿quién iba a creerlo?). Pero no entraré en cursilerías. Sólo los dejaré el conocimiento (y la envidia!) de que la persona más genial y especial del mundo, me quiere es a mí! Y sólo me mira a mí! Y que nunca me había sentido más hermosa e infinita que ahora...

Al fin he abierto los ojos y es demasiado tarde, al mismo tiempo.

Esta vez, hay un nuevo componente, un terrible y nuevo componente en la ecuación. No sólo persiste el usual y cotidiano miedo a quedarse sola, al abandono y al irremediable enfrentamiento con la soledad, no. Ha aparecido para mi estupor, un incontrolable miedo a la muerte que hace años no sentía,  y qué nada tiene que ver con mi ansiedad de perderlo a él, pero que sin embargo está conectado a este hecho. De alguna manera, mi terror a la mortalidad se ha aliado con mi miedo a su partida, y es el pánico más inmenso y profundo que he sentido en mi vida. Me paraliza. Me despierta en las noches y no me deja conciliar el sueño. Es un miedo que poco a poco se ha ido alimentando de mi sanidad, que me está carcomiendo desde el interior de mi cuerpo y me siento completamente inútil y paralizada, cómo el testigo de un crimen.  Un miedo que cada vez, va expandiendo ese vacío tan doloroso que habita en las profundidades de mi estomago.

Y quiero ser egoísta, y pedirle que se quede y que nunca, nunca me abandone, y así detener ese miedo a la muerte hasta aquel instante, ya inevitable, en dónde nos reclama el último suspiro de nuestra vitalidad. No entiendo porqué siento que con él puedo enfrentarme a la muerte Y salir victoriosa de aquel encuentro, sólo sé que necesito tenerlo a mi lado. Pero sé que de nada vale, y que tendré que seguir buscando a ese alguien que decida pelear por no perderme. ¿O será que esta vez, tengo que ser yo quién pelee por no perderlo?